Entre gatos y perros, cuando un perro ve a un gato desconocido, automáticamente lo acosa, pues está en su naturaleza. El felino se queda helado, a la defensiva, sin saber si defenderse o “pasar del tema”. Y es que las relaciones entre perros y gatos siempre son un misterio.
El gato, al ver al perro, se agacha y tensa las orejas y las patas, con las pupilas delatadas, permaneciendo inmóvil obervando la reacción del perro. El gato suelta algún que otro bufido, preparándose por si surgiera el enfrentamiento, provocando el ataque del perro. Un gato furioso normalmente se lanza a la cara del enemigo, pudiendo llegar a provocarle lesiones graves en el ojo. Los zarpazos y mordiscos de los gatos llegan a provocar heridas muy profundas y dolorosas a los otros animales, que pueden llegar a infectarse con bastante facilidad. Si el gato por el contrario decide huir, el pero lo perseguirá instintivamente. Un gato sano suele ser por regla general, mucho más rápido que un perro corriendo. Sin embargo, podría ocurrir que el perro lo alcanzase y lo hiriera, o incluso lo matara.
Hay que evitar esto a toda costa si se pretende que convivan un perro y un gato, si ambos se acostumbran a compartir territorio con su amigo, acabarán llevándose bien. Si se adquieren estas mascotas cuando aún son cachorros, se les podrá enseñar fácilmente a aceptar a las otras mascotas, pues a esas edades son mucho más mansos y fáciles de manejar, adeás de ser más juguetones que cazadores, pues sus instintos animales aún no están afinados del todo.