Se trata de un perro gigantesco, eso sí, con un cierto dimorfismo sexual. Mientras que las hembras raramente pasan de los setenta y siete kilos, los machos alcanzan los cien, con una alzada que ronda los noventa centímetros desde la cruz hasta el suelo.
Nos hallamos ante una raza muy poderosa y robusta, aunque, a su vez, flexible y ágil. Una de las principales características de estos canes es una cabeza: enorme, aunque proporcionada con respecto el resto del cuerpo. También los señala una papada importante, así como sus ojos pequeños –al menos en proporción- y las orejas de tamaño mediano, caídas. Un animal, en fin, bello ante el que es imposible mantenerse indiferente.
Un gigante peludo de origen incierto
La longitud del pelo de estos perros es intermedia. Pelo, por otra parte grueso, tupido y liso. En cuanto al color, la gama es amplia: amarillo, negro, leonado… Puede ser uniforme o combinado, aunque los que más se aprecian los que poseen el pelo de un sólo color.
Aunque el reconocimiento como raza no se produjo hasta 1946, se tienen noticias de ella desde hace muchos siglos. Probablemente, los primeros ejemplares se criasen en Extremadura, cruzando los canes locales con otros procedentes del Lejano Oriente. Y, aunque haya sido un perro más bien escaso, hoy por hoy está ganando gran cantidad de adeptos dentro y fuera de España.
Aunque a veces puede aparentar indiferencia, incluso hacia sus amos, el mastín español es un perro muy manso, noble e inteligente que no dudará en dar su vida cambio de los suyos. Seguro de sí mismo y sabedor de su inmensa fuerza, defenderá con firmeza su territorio si lo siente amenazado por extraños. De hecho, y dado lo territorial que es, el dueño ha de estar presente si quiere evitar disgustos con alguna visita.
Desde siempre, han sido perros pastores, acostumbrados a guiar rebaños y repeler alimañas, de modo que su naturaleza es la de ser libres. Es por eso que se adapta muy mal a la vida en una ciudad, donde se pasará el día tumbado y deseando que llegue la hora de su paseo.




