Si no nos gustan los lametones, las patas llenas de barro en las solapas y vernos arrastrados a tirarnos al suelo para jugar o lanzar mil una veces la pelota o el frisbie a cambio de ver unos ojos ilusionados y un amigo feliz, evitemos a los bóxer. A pesar de que alcanzan los treinta kilos y sobrepasan los sesenta centímetros de la cruz al suelo, los canes de esta raza son la alegría y el juego caminando a cuatro patas.
La ignorancia absoluta de quienes los temen por su tamaño y su físico molosoide hace que deseen catalogarlos como potencialmente peligrosos, cuando cualquier violencia, salvo la absolutamente necesaria y proporcionada, está alejada del ser del los bóxer.
Cierto es que es muy probable que provengan del bullenbeiser, un perro de presa que sujetaba a la caza mayor hasta que llegaba el amo a cobrar la pieza. Pero de estas fieras sólo les queda la mandíbula. La selección ha hecho que sólo los más cariñosos y aptos para convivir con los humanos hayan salido adelante.
Cariñoso, protector y fantástico con los niños
De lo dicho hasta ahora, podemos deducir que es el perro de compañía ideal. Bien deducido. Pero, ¿cómo se comporta con el resto de los perros? Pues es conveniente atarlo en lugares en los que se va a encontrar con sus congéneres, puesto que hablamos de un animal dominante y que no duda en encararse y pelear con otros canes.
Es más: si siente que cualquiera de la familia –los reconoce a todos como superiores jerárquicos- es amenazado, esta “esponja de mimos” saca la fiera que puede llegar a ser. En todo caso, es un maravilloso y muy agradecido compañero en el hogar, ideal si ha de convivir con niños, a los que protegerá de cualquier peligro y permitirá todo tipo de torturas. Y es que, para el bóxer, el niño es un cachorro. Y a los cachorros hay que respetarlos.
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